Jóvenes de espíritu sin comillas (I)

Con motivo de la JMJ están saliendo testimonios de "jóvenes" de espíritu... Ciertamente es así: la JUVENTUD no es cosa de edad, sino de espíritu... hay jóvenes que son ya "ancianos"...

Aquí os dejo el testimonio (en varias entradas y así le damos más emoción... y cansa menos la lectura...) del Cardenal Julián Herranz.

Santo Padre:

podrá comprender fácilmente con qué gozo he leído (…), las siguientes hermosas palabras de su Mensaje a la próxima ‘JMJ’: «Sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven. ¿Se trata sólo de un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto? No, el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente»”

Santidad: permítame enlazar idealmente un recuerdo personal de juventud a una hermosa frase de su Mensaje a la próxima JMJ, que en su bondad ha deseado celebrar en España. Quisiera corresponder así al particular empeño de Vuestra Santidad en recordar a los jóvenes —especialmente si se llaman cristianos— que la principal riqueza y belleza de la juventud consiste en ser vivida como tiempo de reflexión vocacional, de esperanza en un futuro de verdadera felicidad.

Como todos o casi todos los jóvenes de ahora y de siempre, yo también me preguntaba, hace muchos años, en estas tierras de vieja cristiandad: ¿Qué debo hacer para que mi vida tenga verdadero sentido? ¿Cómo puedo emplearla al servicio de algo verdaderamente grande?, y añadía también, de cara a la eternidad: ¿Cuál es la voluntad divina en mi vida? ¿Qué espera Dios de mí? Sentía en mi alma un ansia de cosas grandes, de dedicar mi existencia a ideales altos aunque fueran arduos. Era una serena inquietud, que reflejaban bien estas palabras de un conocido poeta español, José María Valverde: «Tú, amigo, tú que tienes veinte años, dime: ¿qué vas a hacer con ellos?» La respuesta la encontré en otra pregunta hecha con no menor ímpetu juvenil por un sacerdote, Josemaría Escrivá, a cuya canonización Vuestra Santidad y yo hemos asistido, hace nueve años, en la plaza de San Pedro: «¿No gritaríais de buena gana a la juventud que bulle alrededor vuestro: ¡Locos!, dejad esas cosas mundanas que achican el corazón..., y muchas veces lo envilecen..., dejad eso y venid con nosotros tras el Amor?» (Camino, 790).

Esas cosas mundanas, en el sentido negativo del término, eran entonces y lo son hoy —Juan Pablo II y Vuestra Santidad lo recuerdan exhortando a ir contracorriente— los falsos dioses de las tres principales concupiscencias que tientan a la naturaleza humana caída: el ídolo de la avaricia y del poseer a toda costa (concupiscencia de los ojos), el ídolo de la lujuria y de la droga (concupiscencia de la carne) y el ídolo del poder egoísta y prepotente (soberbia de la vida). Frente a esos falsos dioses que achican el corazón..., y muchas veces lo envilecen, se alzaban con fuerza las palabras de una decidida invitación siempre actual: Venid con nosotros tras el Amor, el Amor con mayúscula, Cristo, arrebatadora Imagen del Dios invisible, Maestro y Amigo, paz y alegría del mundo, Camino de esperanza y de felicidad, Palabra que no pasa, Verdad que ilumina y consuela, Vida que sana y resucita. Aquella invitación del joven sacerdote Josemaría sonó en mi alma como el Sígueme de Jesús a sus primeros discípulos junto al mar de Galilea.

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