Jóvenes de espíritu sin comillas (II)

Santo Padre: podrá comprender fácilmente con qué gozo he leído, sesenta años después, en esta primavera romana de 2011, las siguientes hermosas palabras de su Mensaje a la próxima Jornada Mundial de la Juventud: «Sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven. ¿Se trata sólo de un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto? No, el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente. San Agustín tenía razón: “Nuestro corazón está inquieto, hasta que no descansa en Ti”. (...) El encuentro con el Hijo de Dios proporciona un dinamismo nuevo a toda la existencia. Cuando comenzamos a tener una relación personal con Él, Cristo nos revela nuestra identidad y, con su amistad, la vida crece y se realiza en plenitud».

A la mayoría de los jóvenes que encontrará en Madrid deseosos de crecer en amistad con Jesús de Nazaret, el Señor los habrá llamado o los llamará al matrimonio, esa íntima comunión de vida y de amor conyugal, única, indisoluble y abierta a la fecundidad, fundamento insustituible de una sociedad sana, que Cristo ha elevado a la condición de sacramento. Pero debemos esperar también, como ocurrió en Colonia, en Sidney y en otros muchos encuentros de Vuestra Santidad con los jóvenes, que a algunos y a algunas el Señor les pedirá más.

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